domingo, 7 de diciembre de 2008

LA INMACULADA


Como creyente, como cristiano y como católico, me gustaría iniciar un movimiento para suprimir la festividad de la inmaculada. No tengo nada en contra de la madre de Jesús de Nazaret. Todo lo contrario, con esta iniciativa pretendo salir en defensa suya ya que considero que ese título es una manipulación más de su figura, de las muchas que ha sufrido a lo largo de la historia del cristianismo. La grandeza de María no depende, gracias a Dios, de estas filigranas dogmáticas. A mi modesto entender, este título resulta rayano en lo insultante.

De entrada parece un tanto grotesco imaginar a un colectivo de sesudos celibones debatiendo si se rasgó o no el himen de María al concebir virginalmente del Espíritu Santo a Jesús. Lo que ya es más imperdonable, dejando aparte las anécdotas, es que a estas alturas de la investigación bíblica se siga considerando como doctrina lo del pecado original y la concepción virginal, cuando está más que demostrado que no tienen fundamento escriturístico.
Pero lo que me parece más alarmante es el concepto de Dios que subyace a toda esta movida doctrinal. ¿Qué necesidad había de decretar que María había nacido sin pecado original? Está claro, Jesús era el cordero sin mancha, la víctima propiciatoria sobre la que recaían todos nuestros pecados. Si no era así no podía ser sastisfactoria para Dios. Luego María no se lo pudo transmitir porque no lo tenía.
Aún no me explico cómo se puede mantener una concepción tan arcaica de que el pecado se transmite por los genes y un concepto tan antievangélico de un Dios que necesita que se le hagan sacrificios humanos para aplacarle, cuando le proclamamos "dador de vida".
Por otra parte,este dogma se proclamó en el siglo XIX en la época del movimiento de la restauración, lo que convirtió la imagen de la inmaculada en uno de sus símbolos. Claro que no espero que Roma mueva ficha a este respecto y menos con los tiempos que corren que, a nivel eclesial, son de un pelo semejante a los decimonónicos. Eso sí, además de que me siento indignado como católico, mi indignación se agrava como ciudadano de un estado laico regido por un gobierno que se dice progresista y que mantiene esta festividad, al igual que sus antecesores, por aquello de tener la Iglesia en paz en vez de toparse con ella.
Creo que son razones suficientes para no mantener una festividad que no pinta nada en un estado laico y que sólo sirve para mantener el statu quo de la jerarquía católica en España y, de paso, darle una alegría al cuerpo del personal que se pueda montar unos puentes suculentos.

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