viernes, 30 de enero de 2009

D.BOSCO EGUNA

S. Juan Bosco ha sido una figura referente en mi vida. Por una parte, me orientó hacia el mundo de los jóvenes y por otra me contagió la pasión con la que he vivido todas las iniciativas educativas en las que he ido participando a lo largo de mi historia. Me gustaría parecerme a él en su clarividencia, en su tenacidad, en la capacidad de trabajo y en la facilidad para ganarse a la gente. Creo que nunca llegaría a conseguir ser tan zorreras y tan sagaz como él, o tan capaz de encender una vela a Dios y otra al diablo sacando partido de ambas. Era el ojito derecho del papa más reaccionario del XIX -al que le regaló el modelo del joven santo ideal para el restauracionismo sacándose de la manga un personaje de ficción al que canonizó en dos patadas- y al mismo tiempo conseguía subvenciones de la tropa de fracmasones que estaban al frente del gobierno del estado del Piamonte, enemigo acérrimo del papado. Me queda el consuelo de que este segundo aspecto, inalcanzable para mí, lo está desarrollando a la perfección mi entrañable amigo Jesús, que, como buen cántabro, lleva genes de cuco. Es como si a través de nuestra amistad me sintiese complementado.


D. Bosco fue el típico hombre de su tiempo que se hizo de la nada. Otros lo materializaron desde la industria o la banca y él desde el sacerdocio.El momento de la vida de D.Bosco que me resulta más ejemplarizante fue aquel en que la marquesa Varolo le ofreció ser el capellán de su colegio de niñas y él prefirió seguir recogiendo a los niños perdidos de las calles de Turín. Le quisieron llevar al manicomio, claro que no era propio de los curas de su tiempo empeñarse en andar con tan poco recomendables compañías. Hoy al acordarme del día en que estamos me ha venido a la memoria, saliendo de lo más profundo de mis olvidos, una anécdota que me pasó hace muchos años pero que todavía soy capaz de visualizarla como si de una película en blanco y negro se tratara.


No recuerdo el año exacto, sería en el 67 más o menos, pero sí que era tal día como hoy. Estaba en Guadalajara preparándome para el magisterio. Se decidió que algunos estudiantes fueran a hablar de D. Bosco a escuelas y a otros sitios similares. A mí me tocó el orfanato, pues parece ser que, entre los muchos patronazgos que se le atribuyen, está el de los huérfanos. Para un pipiolo como yo de 19 años, que no había salido todavía del cascarón, aquello estaba fuera de mi alcance y me sobrepasó nada más atravesar el portón de entrada de aquel lúgubre recinto. Era un orfanato cutre en toda regla, como los que salen en las películas sólo que con un olor pegajoso y penetrante añadido, que no se transmite a través de la pantalla del cine.


Me llevaron a través de unos pasillos mal iluminados hasta un salón lleno de chavalillos. En mi recuerdo calculo que serían alrededor de 50 de edades incalculables porque todos eran un manojo de huesos y los que parecían más mayores no me llegaban al pecho. Todos iban vestidos con su bata guardapolvo gris, por ponerle algún color a aquello, y luciendo sus cabezas rapadas, que no hay que dar cuartel a los piojos. Nada más entrar sentí que se clavaban en mí un montón de ojos inexpresivos de mirada lunática, subrayada con sonrisas entre sorprendidas y bobaliconas. Se reían, o algo así, por todo. No creo que pude articular dos frases seguidas. Los más cercanos me tocaban como si fuera un ser venido de otro mundo y, cuando llegó la hora de marcharme, intentaban agarrarse a mí.


Realmente, no recuerdo lo que dije ni si tuve el valor de decir algo, porque, ciertamente, no merecía la pena decir nada de lo que me habían hecho preparar. Solamente recuerdo que salí más sonado que Bonavena. Regresé al colegio como un sonámbulo y aquella sensación, así como el estómago revuelto, me duró varios días. Había recibido un baño real en la miseria más cruel y más oculta sin saber a dónde iba y sin estar preparado. Fue tan fuerte que mantengo aquellas imágenes en la retina de la memoria y aquellas sensaciones en mis entrañas a pesar del paso del tiempo.

Visto desde hoy, tengo que reconocer que aquellos ojos inexpresivos de clones anónimos fueron un foco más de los que me han ido balizando la trayectoria de mi vida. No pude hacer nada por aquellos niños, pero creo que, a lo largo de mi dedicación a los jóvenes en dificultad, he colaborado en dar a aquellos rostros desconocidos algunas imágenes reales con nombre y apellidos que se han podido librar del pozo de la exclusión. Claro que aquellos horrores ya no se dan hoy, pero puede que la miseria de la exclusión sea tan cruel y desconocida como la de entonces sólo que en formas más sutiles y más dañinas. El haber sacado del baúl de mi historia este momento lejano creo que me ha dado fuerzas para mantener fresca la pasión por mi trabajo.
(La foto es de un orfanato bieloruso al que ayuda la asociación ACANB de Toledo. En otros sitios aún quedan lugares sórdidos para estos chicos. Algunas de estas miradas son aún mas duras que las que yo recuerdo)

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