martes, 8 de diciembre de 2009

8 de diciembre


Hace un año publiqué una entrada sobre la fiesta de la Inmaculada y hoy me ratifico en lo que escribí. Creo que alguna de las razones que apuntaba se han incrementado en este espacio de tiempo. La jerarquía ha endurecido su restauracionismo y sigue echándole pulsos al gobierno y a la sociedad entera. Aunque sea impopular, incluso para los má indiferentes de la religión, por aquello de santa Rita, Rita lo que se da no se quita y un puente es un puente allá lo que se celebre, sigo revindicando que se elimine esta fiesta.




A pesar de esta convición, hemos aprovechado el puente para pasar unos días en Quintanilla. Entre otras actividades he comenzado la poda de nuestros árboles por aquello de que ya han perdido sus hojas. Aún me quedan los dos más grandes para la próxima ocasión, porque además de estos cuidados había que hacer otras cosas y no hay tiempo para todo. De todos modos, las diversas tareas que exige el cuidado de los árboles se está convirtiendo en algo que cada día me apasiona más y me engancha. En el fondo son seres vivos y convivimos con ellos aunque sea a distancia. Fumigar, podar, recoger la fruta, disfrutar de su sombra... son momentos en los que me siento unido a ellos y es como si mantuviéramos un diálogo sin palabras, pero intenso. Son una minúscula partícula de la naturaleza pero es a mí a quien corresponde cuidarla con todo el mimo del que soy capaz, aunque no sea un consumado experto agrónomo. De algún modo, es como me gustaría que el resto de la humanidad cuidara la naturaleza. En el fondo, creo que ellos me cuidan más a mí por la paz que me transmiten cuando interactuamos y por la oportunidad que me ofrecen de desconectar del día a día y dejar que fluyan de mi interior pensamientos y sentimientos de lo más positivo. Lo vivo como una forma más, pero muy fuerte, de sentirme uno con la madre tierra.

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