lunes, 28 de junio de 2010

DESCANSE EN PAZ

Hoy me han comunicado la muerte de Ignacio Mª Lledó Ariño, hermano y también padre en la fe. En el año 75 tuve la suerte de conocerle y de que se cruzaran nuestros caminos. Estábamos buscando un barrio de Barakaldo para instalarnos y un cura conocido nos dio este consejo "Hablad con Lledó el párroco de la Esperanza. Es un hombre optimista y abierto, capaz de sacar cristianos de debajo las piedras" Hicimos bien en hacerle caso. Entre nosotros y él surgió una compenetración impresionante que se fue afianzando y profundizando hasta que los abatares de la vida nos separaron. Con él fue posible crear un ambiente eclesial abierto al mundo, a las inquietudes propias de cada momento y a la atención personal de cada uno de los que se acercaban a la parroquia. En ella tuvieron cabida jóvenes, niños, mayores y todo tipo de inquietudes, convirtiéndose en un punto de referencia para todo el barrio, no solamente para los creyentes. Jamás quiso imponer la verdad a nadie y siempre esperaba la respuesta libre de los que se acercaban a la iglesia. Nos trató a todos con cariño y respetando nuestras diferencias, a la vez que nos enseñaba a transmitir ese cariño a parroquianos y a todo el que se acercara aunque no fuera de los fieles. A su amparo se pusieron en marcha no sólo toda una nueva dinámica de catequesis, sino incluso los movimientos vecinales del barrio. Personalmente le debo el que me enseñara, entre otras muchas cosas, a vivir la liturgia como una comunicación y un diálogo entre todos los participantes.




He visto en su funeral a una gran cantidad de gente de Barakaldo. Era una señal inequívoca del recuerdo y de la impronta que dejó en su parroquia. El funeral estuvo plagado de compañeros de sacerdocio y se desarrolló dentro de lo políticamente, o mejor eclesialmente, correcto al uso teniendo en cuenta el rango eclesial del finado. Solamente le hizo justicia un comunicado que al final de la misa leyó una mujer en nombre de aquellas personas con las que había convivido en sus últimos años en activo hasta que sus enfermedades se lo impidieron. Hablaron de él, de su persona, de lo que transmitía, del cariño y de la alegría que irradiaba a pesar de sus problemas, de la defensa del papel activo de la mujer en la iglesia... Yo estuve mirando a ver si veía a aquellos que en su día le segaron la hierba bajo los pies y lo defenestraron de su parroquia sin ningún miramiento, como quien arranca un tumor antes de que acabe por extenderse. Solamente estuvo uno. Qué era aquello de las confesiones generales, o de ofertar cursillos y catequesis sin obligar, o permitir la participación abierta en la liturgia... y suma y sigue. Le llegó la hora de jubilarse y solamente pidió seguir en su parroquia acompañando al que llegara nuevo. La respuesta fue patética: no le dieron ningún destino, simplemente le dijeron que se fuera de Barakaldo al sitio que más le gustara. A partir de aquí estos talibanes eclesiales le hundieron en un viacrucis de depresiones y desequilibrios psíquicos que de formas más o menos intensas le han acompañado hasta que el parkinson ha acabado con él. Por desgracia muchos le van a recordar solamente por sus desvaríos de esta última parte de su vida, lo que será injusticia sobreañadida a la anterior porque han conseguido manchar hasta su recuerdo.




El jueves pasado comimos con él y no creímos que le decíamos adiós, así que se lo digo desde aquí. He llorado en el funeral cuando escuchaba el comunicado de las parroquianas. He llorado de emoción y de rabia contenida por no haber podido hacer nada en contra de las injusticias que tuvo que soportar. Un día tomando café en el parque me dijo que él y yo éramos unas víctimas del matrato eclesial. Pero lo que más me importa es que para mí no va a ser solamente un recuerdo. El ha pasado a ser ya uno de esos hombres que me han dejado su huella en mi disco duro, de tal manera que, sin darme cuenta, seguiré viviendo la fe y manteniendo la esperanza con un motor más, el que él nos ha dejado. Ignacio, ora pro nobis.

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