lunes, 7 de junio de 2010

Nunca se sabe

W es de esos chicos sudamericanos que se traen sus mamás después de haberlos dejado en su país tres o cuatro años mientras se sitúan aquí. Ella ya había conseguido regentar un pequeño bar de barrio y tenía una nueva pareja. Conocí a W cuando comenzó a dar absentismo. Recuerdo que el educador de su instituto estuvo encima de él pero no había manera de que acabara un semana completa. Al parecer su madre se iba pronto al bar y él no se levantaba porque no quedaba nadie en la casa que le arrastrara de la cama. Hablamos varias veces con la madre y ella nos aseguraba que le llamaba insistentemente por las mañanas y que no podía hacer más. Llegamos a firmar acuerdos y a revisarlos semanalmente pero todos los propósitos duraban un par de días. Cuando aplicamos el protocolo de absentismo se asustó un poquito y el propósito le durá apenas un mes. Claro que a su madre el tema de las denuncias la dejó a punto de infarto.




Los responsables del instituto le derivaron a un programa complementario a otro centro cuando cumplió 14 años porque ya no sabían qué hacer con él. Los días en que asistía a clase no se dignaba ni a sacar el bolígrafo. El nuevo centro le caía más cerca de su domicilio y, en un principio, parecía que se empezaba a normalizar su asistencia y su actitud, pero también resultó ser un fuego de artificio. Después de mil entrevistas, avisos y compromisos incumplidos acabó desescolarizado. Al parecer se lo llevaron otra vez a su país con la familia de su madre pero no lo aguantaron y lo mandaron de vuelta, o mejor, la abuela se vino con él. Intentaron que se fuera con su padre, a ver si a éste le hacía más caso, pero el susodicho lo tuvo algún tiempo en verano y lo remitió de inmediato. Así que al segundo curso del nuevo programa acabó desescolarizado y no dábamos con él ni yendo a buscarle a su casa. Antes se sabía que cuando no iba a clase se quedaba en casa durmiendo o viendo la tele, pero, llegados a este punto comenzamos a sorprenderle callejeando con ciertos cabecillas latinos de segunda fila.



A todo esto, aparece una nueva pareja de la madre por lo que ésta deja el bar y pasa temporadas fuera de casa siendo la abuela la responsable de cuidarle. No sabemos cómo y después de haber hablado con él y con su familia en varias ocasiones, aparece matriculado en el CIP. A poco de entrar ya nos enteramos de que andaba metido en asuntos poco legales y en ajustes de cuentas. De nuevo comienza a faltar y tras darle los avisos de rigor se le da de baja por extralimitarse en sus comportamientos y en su absentismo. Como es lógico, detrás de todo esto estaban sus "actividades extraescolares" que en menos de un año le llevaron a la fiscalía de menores y a estar internado en un centro de reforma. No hay cosa que más me fastidie que acertar como en estas ocasiones en que le dices al chaval dónde puede acabar y, en efecto, acaba allí o más abajo. Al curso siguiente se matriculó de nuevo en el CIP, pero esta vez por mandato del juez. Sus profesores se lo pusieron muy crudito y muy clarito. En cuanto hacía un intento de volver a las andadas se avisaba al seguimiento judicial, le caía la sanción correspondiente y una buena brasa de charlas. Pasado el primer trimestre hemos comenzado a ver otra persona en actitud, en responsabilidad y en participación, hasta forma parte de un comité de alumnos y, hoy es el día, en que le han encomendado presentaciones en las jornadas de puertas abiertas.



El tutor de W me ha enseñado una redacción ilegible por sus faltas, pero que vale un potosí, en la que el chaval confiesa su falta de cabeza por todo lo que ha hecho, más lo que ha dejado de hacer, y manifiesta que tiene muy claro por dónde tiene que ir en adelante. Si a esto añadimos que el tutor no se lo había pedido se puede imaginar uno que a éste no cabía en la camisa de gozo. Claro que a W le va a costar mucho recuperar todas sus carencias en conocimientos y ese agujero formativo le va a pasar más de una factura desagradable en la vida, pero al menos ha roto una trayectoria peligrosa y se ha concedido la posibilidad de buscarse un futuro. Esperemos que el próximo curso le ayude a madurar y no vuelva a las andadas cuando abandone el CIP. Yo también estoy contento y celebro en mi interior este cambio y todas las horas que supuestamente habíamos perdido por seguir tras él. Ahora W no me rehuye como antes cuando nos encontramos, me saluda y me cuenta lo que está haciendo.



Me tengo que sacar la espinita con un par de conclusiones. La primera es que eso de la reagrupación familiar en los inmigrantes es un invento perverso que hace polvo a la mayor parte de los menores que la padecen, sobrepasa a las familias y a los centros escolares y nos va a llenar las calles de adolescentes desmotivados y pandilleros. Al tiempo. La segunda es que me quedo con las ganas de pasar la susodicha redacción por las narices de todos aquellos tutores y profesores que se conformaron con dictaminar que con W no había nada que hacer. Entre ellos abundaban los que me miraban con cara de lástima por perder el tiempo en causas perdidas como ésta y no faltaron los que lo hacían con desdeño por molestarles con un tema así. Nunca hay que dar nada por perdido hasta que no lo esté de verdad y es muy difícil saber cuándo no quedan posibilidades. En este caso ha sido necesaria la intervención de muchos desde el primer educador, hasta el juez y los profesores del CIP, y es que cuando cada agente implicado hace su tarea bien se pueden esperar resultados positivos.

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