jueves, 1 de julio de 2010

LAS HOGUERAS DE S. JUAN



Aunque con una semana de retraso, no me resisto a escribir lo que vi la noche de S. Juan en los alrededores de mi casa. No pretendo que esto sea una añoranza por aquello de que en nuestros tiempos... lo que vi me hizo pensar que, más allá de las formas exteriores, los cambios tienen un transfondo que me parece, al menos, preocupante. Nada más salir de casa nos encontramos con que los jardines de los alrededores hasta el parque botánico estaban alfombrados de cajas de Telepizza con restos de pizzas. La tienda que tenemos enfrente había previsto que era buena época para hacer una de esas ofertas salvajes o para quemar existencias y toda la chavalería de los alrededores, y algunos no tan chavales, estaban merendando o cenando por pocos euros. Era mucho suponer que el personal se preocupara de recoger los restos. Menos algún grupo que tuvo el civismo de apilar las cajas encima o junto a las papeleras, la mayoría dejó los restos donde habían comido. A esta alfombra de cartón grasiento, ribeteada por mendrugos de masa y trozos rojos de vaya ud a saber qué, había que añadir regueros de papel que la tropa infantil iba dejando al llevar sus aportaciones a las hogueras, o mejor dicho, fogatitas.





Cuál no fue mi decepción, después de tragarme el cabreo producido por tanto incivismo, al ver que no había ninguna hoguera que se pudiera llamar tal. Uno puede entender que hoy en día con los programas de basuras y recogidas de enseres no haya muebles ni trastos en las casas para sacar a quemar. También es lógico que los peques no quieran perder el gusto de quemar algo, y lo que está más a mano son los papeles de apuntes o cosas por el estilo que aún no se han depositado en el contenedor correspondiente. Pero no podía dar crédito a mis ojos contemplando que cada grupito o familia ponía su montón de papeles y le daba fuego. Así las campas daban un aspecto de gente calentándose alrededor de fogatas. Solamente vi una que superara el metro de alto y los dos metros de diámetro y pude contar unas treintaytantas. Sin contar el estropicio que se había hecho al cesped, quedaron royéndome por dentro algunas preguntas.





¿Es posible que en tan poco tiempo se haya perdido el significado y los valores de la sanjuanada? ¿Dónde estaba la colaboración entre los vecinos o las cuadrillas para aportar algo que ayude a la fiesta? ¿Tan difícil es para la gente de hoy darse cuenta de que, si juntan los papeles de todos, la hoguera es más grande, más bonita, se hace menos daño al cesped y se divierte uno mejor? ¿A qué nivel de individualismo y de descontrol estamos llegando? Espero que en otros sitios no hayan tenido unas sanjuanadas tan lamentables, pero a mí me estaba sonando todo esto a que la evaporarización de los valores ya está en marcha y que se comienza a perder más sentidos que el de las fiestas en sí. Se hacen cosas como quien repite algo mecánicamente pero ya no se sabe porqué, pierden su simbología e, incluso, se vuelven perjudiciales. Se sigue comiendo, pero el compartir una merienda o una chocolatada en sana vecindad, queda resumido en engullir prefabricados cada uno por su cuenta. Se hace fuego como sea, donde sea y con lo que sea, pero se pierde su significado de fiesta, de limpieza y de convivencia.

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