sábado, 30 de julio de 2011

A VUELTAS CON LA XENOFOBIA

Después del atentado de Oslo se ha puesto de nuevo en el candelero el tema de la xenofobia.Se habló de ello con lo de Berlusconi, con los partidos de carácter populista de Europa, y, más en casa, en las elecciones municipales en Cataluña. Según algunos estudiosos del tema, esto no supone una vuelta al fascismo sino que viene a ser una reafirmación de la identidad y, a la vez, una defensa de lo propio. Todo lo que venga de fuera, ya sean inmigrantes, ya sea la unión europea o cualquiera de los efectos secundarios de la globalización -como la deslocalización de empresas, la interculturalidad, las transnacionales...- son los culpables de la crisis, del paro, de la inseguridad o ponen en peligro el bienestar de los ciudadanos. Lo peligroso es que esto parece que va a más y que, según estamos viendo, a ciertos líderes políticos se les está calentando la boca y, lo que es peor, a algún que otro fanático se les está yendo la mano en eso de la defensa de sus convicciones patrias.  La pregunta que se plantea en el fondo de este fenómeno es de dónde viene este sentimiento de rechazo a lo  diferente y, sobre todo, ese afán de convertir al de fuera en el chivo expiatorio de todos nuestros males.

Desde que estamos en Quintanilla he ido observando detalles curiosos en la forma de comportarse de las vacas cuando están en manada. En estos días que hemos pasado allí  he observado otro detalle más que me ha hecho recapacitar y quizás me hayan dado alguna pista al respecto, y no es broma. Me explico. Un vecino tiene una cantidad respetable de vacas. Unas las suelta al monte, otras las mantiene en prados lejanos y para las que necesitan más cuidados tiene un cercado al lado de nuestra casa en el que las tiene cerca, a refugio y las saca a pastar dos veces al día. Hace poco observó que una de las vacas que estaba en el monte andaba algo pachucha y la unió al grupo de mis vecinas. En uno de los paseos que solemos dar después de cenar vimos a esa vaca andando sin rumbo cuando el resto del grupo llevaban ya más de una hora en el cercado para pasar la noche. A la mañana siguiente le dije al dueño que habían dejado una vaca suelta y me contestó que suele dejarla fuera porque a la pobrecita la cornean las demás y no le dejan dormir. Al día siguiente estaban pastando en los alrededores del pueblo y pude ver cómo una vaca mayor corneaba a la pobrecita porque se había puesto a pastar con las demás del grupo, como si estuviera apestadita o si fuera a robarles la hierba. La he visto dormir fuera del cercado varias noches y siempre va alejada del grupo cuando las sacan a pastar. Son muy puñeteras las vacas, me dijo la dueña, cuando se han acostumbrado a vivir juntas no admiten que ninguna se meta en el grupo y si echan en falta a alguna de las suyas se enfadan. 

Algo debemos tener en común con ellas. Son vertebrados, mamíferos y viven en manada. Nosotros también aunque nuestras manadas sean mucho más complicaditas. Claro que nosotros, se supone, tenemos otra cosita más que parece que nos hace diferentes porque, según parece, no nos conducimos por el instinto. Solo que hay veces en que personas o colectivos se olvidan de esa cosita y se conducen por instintos. Es fácil que llevemos algo de esto en la genética, pero  además somos racionales, sociales, animales políticos -según Aristóteles-, tenemos afectos... Todo ello ha colaborado en que hayamos hecho historia, hayamos ido creando la técnica a través de los siglos y no nos hayamos quedado reducidos a mera naturaleza. Esos congérenes nuestros que se dejan dominar por esos instintos se quedan al nivel de mis vecinas las vacas o de los mamíferos en general. Se comportan como primates, aunque estén rodeados de aparatos de última generación y, lo que es peor, pretenden imponernos al resto la ley de la manada a costa de lo que sea.

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