miércoles, 19 de octubre de 2011

CUESTA ABAJO

Esta mañana he estado repasando algunas listas de alumnos del PCPI y, en un momento dado, se me ha quedado la mirada paralizada sobre los datos de un alumno. Uno de tantos y tantos Jonatan que pululan en las listas de servicios sociales, policías, fiscalías... Este era N. Ya casi va a cumplir los 19 años y aparece en la lista de este curso. He hablado con el tutor y me ha soltado de entrada que tiene ya un hijo. Lo que sí sabía yo era que había estado en algún centro de reforma y que si ahora está en libertad vigilada, no le queda más remedio que o trabajar o estudiar, mejor dicho, figurar matriculado en algún centro por decreto de juez. Dado su curriculum académico, lógicamente, no le da para más que inscribirse en un PCPI.

Conocí a N cuando iba acumplir los 14 años. Estaba matriculado en un colegio de pago porque vivía con sus abuelos maternos, que tenían su guarda mientras su madre terminaba un proceso de desintoxicación por su adición a la heroína. Me llamó una inspectora alarmada porque desde que la madre de N había vuelto del programa el chico no aparecía por el centro. Al parecer la relación entre la madre y los abuelos era un tanto tempestuosa, por lo que ésta reclamó de nuevo la guarda y, lógicamente, en esos momentos no estaba para sufragar un colegio de pago. Lo peor de todo es que el mozo, una vez que salió del control de los abuelos, dijo ancha es Castilla y ni colegio ni instituto ni nada que se le pareciese, calle y calle. La madre se encontró con un adolescente alocado que se le escapaba por todas partes, en vez de un niño hambriento de madre que la esperara con los brazos abiertos.

Tras muchas gestiones conseguí convencerles de que lo mejor para N, que ya había cumplido 14 años, era entrar en el programa complementario de Bolueta dado que allí podría estar más tiempo atendido, incluida la posibilidad de comer en el mismo centro. Aún así, enseguida se alistó a una cuadrilla de Basauri que se dedicaban a fumarse las clases y hacer raterías por el Casco Viejo. Ya desde entonces comenzaron sus escarceos con los municipales. En aquel centro hicieron un buen trabajo con el chaval y consiguieron centrarle un poco, a pesar de algunas  intervenciones de la madre un tanto desacertadas y de la influencia negativa de sus compañías. Les apoyamos desde el programa de absentismo y desde los servicios sociales.

Tanto sus profesores como nosotros esperábamos que en el segundo año del programa se consiguiera consolidar las pequeñas mejoras del curso anterior. Ilusos. El niño dijo que no volvía a ese sitio y no volvió. La madre nos pidió ayuda para que le buscáramos otro y le dijimos que eso era un error craso, pero no hubo manera de convencerla. Llegó incluso a ponerse agresiva, removió Roma con Santiago, dio la paliza en Delegación hasta que le concedieron otro centro. Pero esa victoria en favor de su hijo resultó ser el último empujón hacia una caída cuesta abajo imparable. En ese centro no hizo casi ni acto de presencia y se echó a la calle en plan de comerse el mundo. Se puso hasta las orejas de todo lo que pilló y acabó metiéndose en  trapicheos, palos... hasta que le llegó lo que le habíamos anunciado, el centro de reforma.

Parece que ahora la relación con su compañera le está viniendo bien, porque ha conseguido que se someta a tratamiento de desintoxicación y a control de consumo. Me temo que asiste a clase porque no le queda otra, y puede que esa no sea una motivación suficiente para tomarse en serio su vida y la de su hijo. Y queda por ver el tiempo que pueda durarle la influencia positiva de su compañera. Es increíble lo que puede cambiar la trayectoria de un menor con un par de decisiones mal tomadas, cuando había gente desde dentro y desde fuera de la familia dispuesta a que N pudiera encontrar otras perspectivas más saludables en la vida. Esperemos que se cumpla la cita de la canción de Serrat que tanto me gusta traer a colación en estas ocasiones: "Bienaventurados los que han llegado al fondo del pozo porque solo les queda subir".

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