domingo, 18 de marzo de 2012

LAS DOS ESPAÑAS

"Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. 
Una de las dos Españas te va a robar el corazón"


Puede que en este momento se vuelvan a hacer verdad aquellos versos de Machado. En un simple golpe de elecciones en los 100 primeros días de gobierno está cambiando la cara de este país de una forma vertiginosa. La crisis es la misma, las órdenes de Europa son las mismas, la gravedad de la situación es la misma, pero el viento ha virado 180º. Nos ha traído a la vieja España de los pelotazos, del caciquismo, de la corrupción, del ordeno y mando que, para más desfachatez, se dice nueva y tacha de trasnochada a la anterior por su osadía de haber implantado logros que han favorecido el avance social y las libertades. La vieja España que, como en todos los momentos restauracionistas de la historia, ha contado con la colaboración incondicional de la jerarquía católica, con el empresariado dispuesto a librase de ataduras sociales en aras de la competitividad, con todos los resentidos que añoran aún el franquismo, con lo más rancio de la magistratura, con asociaciones de víctimas que lo único que buscan es venganza... Solo les falta el ejército.

Se esquilma los derechos laborales, se pone en solfa las leyes del aborto, de la dependencia y todo aquello que no guste a los anteriormente citados, se frena la ley de economías sostenible, se cortan la ayudas a las energías renovables, se va a dar un vuelco a la ley de enseñanza, se va a poner en el límite de la sostenibilidad a la enseñanza pública en favor de la privada, se está viendo venir el copago u otras lindezas similares en la sanidad pública... Y esto no ha hecho más que empezar. Con la disculpa de atajar la crisis y de aplicar los recortes presupuestarios, impuestos por el neoliberalismo imperante, se están aprovechando para ir implantando el modelo de estado y de sociedad que impone la ideología  de la derechona de este país. 

Con el poder que la estulticia social les ha otorgado a estos gobiernos nadie les va a parar ni las protestas, ni las huelgas, ni los recursos constitucionales a sus leyes.  No nos va quedar otra que contemplar impotentes cómo se van cayendo a pedazos los logros y el espíritu de la transición. Para soportar esta situación sin volvernos locos quedan pocas alternativas, o nos vamos a la cueva de la indiferencia hasta que a éstos se les vaya la mano y el personal les aplique la misma medicina que a los anteriores dentro de cuatro o de ocho años, o nos dedicamos a desahogar nuestra indignación con gritos, pataleos y toda clase de manifestaciones ruidosas para que no acaben también arruinándonos la moral y comiendo el coco al personal. A primera vista la opción parece fácil, pero, ojo, la travesía del desierto se puede hacer eterna y puede que no encontremos muchos sitios o momentos para poder reponer el combustible.

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