jueves, 3 de enero de 2013

Adolescentes, alcohol y Euskadi

Es algo que en Euskadi se da por supuesto e incluso que parece inevitable y no falta quien lo califica de normal. Ya parece algo habitual, en fiestas o en fines de semana, los desfiles de adolescentes  y, a veces críos y crías, cargados con bolsas llenas de bebidas más o menos fuertes, como si fuesen un objeto más del mobiliario urbano. Claro que luego nos echamos las manos a la cabeza cuando vemos los resultados. Es curioso, sin embargo, que la mayor parte del personal se queja de los ruidos, de la suciedad, de la basura o de las gamberradas de los angelitos cuando ya se han "puesto". Lógicamente es lo que más nos afecta al resto de ciudadanos, pero así no se va a la raíz del problema. Con estas quejas se puede conseguir que haya más ordenanzas prohibiendo el consumo en la vía pública, más controles de las policías locales en la presencia de menores en bares o discotecas, más prohibiciones de venta de alcohol a menores, más servicios extra de limpieza...

Un día de estos lee uno en la prensa que los comas etílicos han aumentado en Euskadi un 155%. Es un dato estremecedor, pero lo que resulta más deprimente es comprobar que la edad de los afectados es cada vez menor. También hay que tener en cuenta que ese dato no deja de ser la punta del iceberg, porque no son casos puntuales o fortuitos. Se dan en un ambiente de consumo masivo y compulsivo, sin más objetivo de conseguir la borrachera más sonada de la cuadrilla o lograr la suficiente inhibición -el punto que dicen- para hacer todo tipo de estupideces. No importan las vomitonas, las resacas, las broncas, las caídas y demás efectos colaterales por más desagradables o sangrantes que resulten. Todo  lo contrario,  muchos de ellos y de ellas los exhibirán y se los colgarán como medallas de guerra en los corrillos de los recreos durante el resto de la semana. Es lamentable que no tengan cosas más interesantes para presumir.

Y uno se pregunta de nuevo: por qué necesitan estos jóvenes llegar a esos extremos, por qué no buscan otras formas de diversión, que las hay; es difícil de creer que los padres no sepan lo que hacen, y si lo saben por qué lo consienten o miran para otra parte o se consuelan porque hay muchos que lo hacen y qué le vamos a hacer si está de moda... Queda pendiente, por una parte, la asignatura de esta generación que está creciendo sin valores y sin respeto ni siquiera a su propio cuerpo. Y, por otra, la asignatura pendiente del mundo de los adultos que no se los ha inculcado y que luego  contempla con indignación hipócrita el destrozo que se infligen con este tipo de diversiones, pero sin mover un dedo. 

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