miércoles, 10 de abril de 2013

Vacaciones en el agua

Las nubes de todos los días agarradas a los montes, como este
invierno que parece que no se quiere ir nunca
En esta Semana Santa pasada hemos estado unos días en Quintanilla, a pesar de que el tiempo no auguraba nada bueno. Nada más llegar a la casa tuvimos que poner la calefacción a tope porque fuera no pasábamos de los 6 grados al mediodía. Aprovechamos los ratos de tregua para dar algún paseo corto y para hacer trabajillos en la campita que tenemos delante de la casa. Cuando arreciaba el temporal nos dedicamos a la lectura reposada y a otras actividades caseras. Entre otras me metí en el trastero que tenemos en el patio de atrás para cepillar unos troncos labrados de roble viejo que hacían de pilares en la casa, para en próximas salidas darles una buena capa de protector de madera. Mi intención es hacer un a modo de escultura con ellos en el rincón de la campa que siempre se queda sin hierba. Ante todo estos días nos han servido para frenar y conectar con otras sensaciones: escuchar el viento, los pájaros que empezaban a llamarse, el silencio de los paseos nocturnos... Sensaciones que nos han ayudado a que broten entre nosotros dos esos momentos en que la comunicación sale espontánea y desde lo más hondo. Para mí han supuesto un banquete de contemplación y de naturaleza que no tiene precio, como se ve en los álbumes que voy a colgar. 

Quién dijo miedo. Ya que llevamos un invierno sin salir de la nube vamos a disfrutar del derroche del agua de las lluvias y del deshielo de las nevadas. Con paraguas y lo que haga falta nos lanzamos a buscar los lugares que sabíamos estaban en su mejor momento: las cascadas. La primera cita fue en Puentedey, las cascadas de La Mea. Se accede a ellas desde la carretera con facilidad y sin problemas de calzado. Habíamos estado varias veces pero nunca habíamos conseguido verlas con abundante agua. Esta vez sí. Cae por encima de una cortante que a modo de labio deja resbalar el agua, de tal manera que se puede pasear por detrás de la cortina. El otro dato curioso es que la roca sobre la que cae el agua no se desgasta sino que crece, porque es una estalagmita gigante que se ha ido formando por el material calcáreo que arrastra. Aquí se puede ver

En otra salida nos acercamos a Las Pisas en Villabáscones de Bezana, un paraje impresionante formado por un cañón cubierto de un espeso hayedo y un tupido bosque de ribera. Aquí hemos estado más veces pero nunca con la cantidad de agua de este arranque de primavera. El agua surgía hasta del propio camino por cualquier grieta. El arroyo bajaba bravo y furioso con un empuje imparable, que, a la larga, acabaría aportando cauce al Ebro. Es imposible transmitir a través de las fotos la impresión de la caída del agua y como no llevábamos el vídeo, nos quedamos sin gravar el sonido. A ratos tenía que ir tapando la cámara de María para que no se mojara por la lluvia, pero lo pasamos genial y fue una tarde memorable. Ahí queda el recuerdo.

El Sábado Santo tuvimos que volvernos y, mira por dónde, el domingo de Resurrección nos regaló una mañana soleada. Salimos prontito porque estos momentos duran poco y esta vez nuestro disfrute fue con el agua salada. En nuestro tradicional paseo por la playa de La Arena nos encontramos con un pequeño espectáculo de olas y entre charla y charla, como tenemos la sana costumbre de sacar a pasear la cámara de fotos, María plasmó éstas.

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