martes, 21 de enero de 2014

DÍAS DE MONTE 12

El sábado pasado nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos al Zalama 1.345 ms de altura, el tercero más alto de Bizkaia. Es un monte mugalari en el que confluyen las vertientes de Burgos, Cantabria y Bizkaia. El tiempo prometía que por la mañana habría alguna lluvia dispersa sin más y que lo gordo del temporal llegaría a la tarde noche. Pero cuál no fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos que la lluvia, aunque fina, no era tan dispersa en la medida que  nos acercábamos a la parte burgalesa de la merindad de Montija. Al subir El Cabrio nos percatamos de que el Zalama estaba totalmente nublado, lo que nos sorprendió más teniendo en cuenta el ventarrón del sur que había hecho la víspera. En fin, que llegados allí no íbamos a echarnos atrás. "Es lo que tiene el montañismo", dijo Juanjo. Así que desafiamos a la suerte, nos abrigamos bien, porque en S. Pelayo el termómetro del coche marcaba 3 grados, y con las referencias de los libros de consulta de toda la vida tiramos hacia arriba.
Al lado de un poste abandonado. Juanjo.

Enseguida vimos que íbamos a tener pistas hasta la cumbre, por lo que restamos importancia a la niebla y a que no veíamos ni torta. Al menos tuvimos a nuestro favor que había dejado de llover. Al poco de empezar se nos unió otro aventurero, Javier más joven que nosotros, que resultó ser también de Barakaldo. Tras unos primeros despistes, provocados como siempre por las pistas que abren en las zonas de pinares, nos fuimos situando. A ello colaboró el adelantado aparato de Javier provisto de gps, de mapas y de todas esas ventajas de la última generación. Incluso a poco de llegar a la cima le sonaron varios wasap, lo que sirvió para hacer unas risas. 

Javier y su GPS
Ya cuando cogimos cierta altura vimos que el suelo se iba poniendo blanco. Algo más arriba, acercándonos a la cumbre la cosa se puso fea del todo. Se levantó una ventisca fuerte y las gotitas en suspensión de la niebla parecían que se clavaban en la cara. A veces parecía que nevaba y no había manera de abrir los ojos. Estábamos envueltos en un manto blanco que nos empapaba y no podíamos quedarnos quietos, así que al llegar a arriba nos lanzamos cuesta abajo sin parar. Las pocas fotos que pudimos sacar han salido fatal, por lo que esta vez no puedo hacer un álbum. En el primer tramo de bajada nos volvió a llover y paramos en un refugio precioso construido a mitad de la ladera y muy bien preparado para que los animales no entrasen. Allí masticamos algo, intentamos sacar otras fotos, nos cambiamos algo de ropa y salimos escopeteados hacia el coche. Hacía mucho tiempo que no había sentido un dolor de manos tan fuerte por el frío. Los guantes se habían empapado y no era capaz ni de abrir una cremallera. El resto del descenso fue más tranquilo, la niebla se quedó a la parte de arriba y dejó de llover, así que fui recuperando las manos.
En el mismo sitio

En realidad lo que más me gustó fue experimentar la facilidad con que se hace camaradería en el monte, sobre todo cuando las circunstancias son adversas. En seguida se comparte de todo, comida, historias, trabajo, costumbres de casa... Hasta acabamos hablando de vinos -qué raro- dado que el mozo era por parte paterna de S. Vicente de la Sonsierra. Intentaremos sacarnos la espina.

El refugio que nos dio un respiro

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