domingo, 23 de marzo de 2014

El engaño de la primavera

Cuando un día sale radiante y no hace mucho calor enseguida decimos que es un día primaveral. Si cambian las tornas y aparecen días de lluvia y viento lo más común es afirmar que el invierno ha vuelto. Sin embargo, si en la primavera todos los días fuesen como los primeros, en vez de primavera sería un secarral. Claro que también cabe el viceversa, si todos los días fuesen como los segundos, tampoco habría floración ni polinización. O sea, que los dos tipos de días son necesarios para que la primavera dé sus frutos. Y es que la primavera es, de por sí, el tiempo inestable por antonomasia, por eso nos desesperamos con la ropa "no sabe uno qué ponerse". Entonces no es justo llamar a los segundos mal tiempo y considerar a los primeros exclusivamente primaverales. De la misma manera, a costa de esa falsa concepción de la primavera se han dicho muchas ñoñeces y se han hecho demasiadas tonterías.

Cada vez me llama más la atención esa tendencia humana, o de nuestra cultura, de considerar bueno o aceptable lo que resulta agradable, no exige esfuerzo o no implica resistencia a las circunstancias adversas. La primavera es una alegoría que nos sirve en bandeja la naturaleza para hacernos ver que la vida siempre tiene dos lados y que lo bueno no consiste en pretender que solo nos pase el que nos gusta, sino saber disfrutar o aprovechar los dos. Es la síntesis de los dos la que hace que brote la vida. De la misma manera, en nuestra vida, ya desde el primer llanto del parto, el esfuerzo, la resistencia o el sufrimiento son imprescindibles para crecer, desarrollar y madurar, igual que el cariño, la salud o la alegría. 

A veces cuando hay alguien inmaduro o que se deshace ante cualquier contrariedad, se dice que es un primaveras o un yogourt. Son los productos de un déficit de educación familiar en la que se les ha acostumbrado desde muy pequeños a no exigirles ningún esfuerzo, a que no tengan ninguna contrariedad, a bailarles todas sus ocurrencias o a darles todos sus caprichos. Se han quedado con el lado bonito por lo que no han podido madurar. Así que cuando la vida comience a enseñarles la cara cruda de la realidad, no van a tener quién les arregle las cosas ni van a saber ni poder afrontarla. Serán un eterno problema para los suyos, para la sociedad y, sobre todo, para sí mismos.

En estos momentos en que estoy escribiendo hace un sol radiante, pero hace media hora ha caído unas chaparradas de cuidado y cuando he ido a la piscina he tenido que subirme bien la cremallera del chambergo aunque hacía sol. Me he asomado a la ventana y he visto el Ganekogorta nevado y un telón negro que cubre el cielo y que avanza hacia aquí desde el mar. Un día auténtico de primavera. Bienvenida.

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