lunes, 10 de marzo de 2014

Miércoles de ceniza

Hoy me preguntaba por qué se sigue celebrando el carnaval, si nadie celebra la cuaresma. Es un curioso esquinazo de la historia que se ha quedado con una cara de la moneda, casualmente la más apetecible, y se ha olvidado de los ayunos y abstinencias de la cuaresma. Puede que esta efervescencia carnavalera, que ya viene de antiguo, se vea incrementada, por las circunstancias del momento, en esta cuaresma social, política y económica a la que se está sometiendo a la ciudadanía. En el miércoles de ceniza del 2009 en pleno auge de la crisis dije que ésta suponía una cuarentena, que esperaba no fuese de 40 años. Ya han pasado 5 y aún andamos con estos pelos. 

Este año he tenido la oportunidad  de participar en la celebración de la ceniza. Para mí ha tenido un doble significado. Por una parte, resulta ser una llamada a buscar lo fundamental para la vida,  lo que la llena de verdad, dejando a un lado lo superfluo. Quizás en un principio tenía un significado un tanto macabro por aquello de que nadie se lleva los lujos a la tumba, pero hoy en día creo que adquiere una importancia relevante, porque la situación económica nos está obligando a cambiar de hábitos de consumo y a tener en cuenta a los que carecen de lo fundamental para vivir.

En segundo lugar, eso de que de la tierra venimos y a la tierra volvemos deja de tener también aquel aspecto sombrío de meter miedo con el hecho ineludible de la muerte. Ahora puede ser un recordatorio de que somos parte de este planeta, de este universo que podemos considerarlo como el cuerpo de Dios, como la fuente de vida para los humanos y para el resto de los seres vivientes. No podemos quedarnos impasibles ante su continuo y sistemático deterioro y, a la vez, también tenemos que revisar nuestra forma de vida para que sea coherente con el cuidado del mundo que nos rodea.

Pienso que el gesto de la ceniza también invita a mirarnos por dentro y a mirar el mundo y a los otros desde nuestro interior. Hay un gozo interior que no tiene nada que envidiar a los bullicios y ostentaciones externas, que en las más de las veces no son más que carcajadas huecas. Y es que todo el sistema nos está educando al ruido y a las relaciones superficiales y no nos deja percibir la delicia y la importancia del silencio. Vaya, que yo no celebro el carnaval y me quedo con la cuaresma para disfrutar de lo más íntimo.

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