sábado, 26 de abril de 2014

40 años... y sin un clavel

Hoy se celebran los cuarenta años de la revolución incruenta de los claveles en Portugal. Me ha resultado jocoso enterarme de que a los oficiales que la protagonizaron, que aún viven, se les ha invitado a una celebración en el congreso pero no se les va a permitir hablar. Parece ser que la vieja guardia puede ser incómoda, calladitos están mejor, y con que salgan en la foto es suficiente. La vieja guardia ha respondido con dignidad, se ha negado a acudir al congreso y ha organizado un acto en el mismo sitio en que obligaron a dimitir al dictador. Espero que ahí se despachen a gusto y digan cómo se sienten ahora viendo la situación desastrosa de su país, por el que se jugaron la vida hace cuarenta años. 

Esta vez no van a sacar los fusiles ni los tanques, pero el pueblo portugués tampoco está para tirar claveles. Tal como ha dicho el presidente de la asociación de aquellos oficiales, ahora su patria está invadida y regida por fuerzas extranjeras que no han usado precisamente tanques ni fusiles, y a las que ya no puede responder el ejército. Ahora tiene que ser toda la población la que salga en masa en defensa de los derechos que le han usurpado y de hacer valer la dignidad de su vida.

De alguna manera yo también me siento partícipe de otra vieja guardia que, después de participar en las movidas antifranquistas, nos empeñamos en que se consiguiera consolidar unos derechos laborales, en que se institucionalizaran unos servicios sociales más allá del carititavismo puro y duro, en que se regenerara el tejido asociativo y en que la democracia tuviese contenido a través de la participación ciudadana. Ahora que ya estamos fuera de juego, no nos queda más que comernos los hígados contemplado este desolador golpe de estado que ha dejado a gran parte de la población en la miseria y en el paro y que ha desmantelado los servicios públicos más elementales.

En su día los que estábamos peleando por apear a Franco y a los suyos del caballo miramos con esperanza y, porqué no decirlo, con envidia este acontecimiento aquella revolución. Era como una premonición de lo que estaba por llegar y, a la vez, el franquismo se había quedado sin un vecino aliado. Esta vez estamos compartiendo una suerte similar con los portugueses y, a pesar de que nos están acribillando a campañas publicitarias sobre la recuperación, nos queda librar esa batalla que nos ha señalado el representante de la vieja guardia portuguesa. 

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