martes, 1 de julio de 2014

Marihuana baby.

Hace tiempo que hablé de un curioso colectivo de txoni-marujas que se asientan por las tardes en algunos bancos del parque que tenemos delante de casa. A veces aparecen acompañadas por los que se presuponen son sus compañeros o algo por el estilo. También se les puede ver a ellos solos, pero en menos ocasiones.  Eso sí, nuestras chicas no callan. Hablan casi todas a la vez, y con altavoz incorporado, en una gallarda competición para comprobar quién suelta las palabrotas más gruesas o quién cuenta el chismorreo más morboso o la mayor burrada conocida. Entre tanto, comen pipas o similares, dejando el suelo debidamente alfombrado de residuos, menudeando algún trago y, todo ello, perfumado con el olor de sus canutos, que a veces llega hasta nuestra ventana. 

Pululando entre ellas y ellos, pero consiguiendo escasa atención por parte de sus ocupados progenitores, andan o gatean, metiéndose en los jardines o echando a rodar los juguetes de turno, los peques de alguna de ellas. A veces tienen suerte y alguno de los componentes del grupo les dedica unos minutos de juego. Uno de estos días comenté este hecho con unos conocidos y, a renglón seguido, nombraron otros lugares donde se daban las mismas circunstancias.

Sin necesidad de rasgarse las vestiduras, uno se hace unas cuantas conjeturas. Por ejemplo, es probable que en sus casas también estén acostumbrados a que nadie haga caso de lo que andan haciendo y a recibir los mensajes maternos al mismo nivel de decibelios empleados en el parque. Igualmente pueden estar tomando nota, que de todo se enteran aunque parezca que están a lo suyo, de que no importa que otros hablen para que tú lo hagas más alto, a poder ser, sin necesidad de escuchar a nadie. Ni que decir tienen que esas tiernas criaturas soltarán por sus boquitas las lindezas más groseras a la primera de cambio, dejando atónitos a propios y a extraños, y, no digamos, a la maestra de turno que los vaya a recibir en el inicio de su etapa escolar. Se han acostumbrado a ver el pase de botellas entre sus mayores y a ver quién les dice luego que no les conviene el botellón. Y claro, no podrán vivir sin el olor que les ha acompañado en su crecimiento y en su entorno familiar y social. Máxime, cuando a veces te sorprendes al ver que con la misma mano que sostienen el canuto, le están poniendo el chupete. O sea, como si lo hubiesen mamado.

La pregunta es para la posteridad que tenga que cargar con estos benditos infantes, que he llamado en el título "marihuana babys", porque preveo que lo van a tener más crudo aún que con las generaciones actuales. No van a saber escuchar, lo resolverán todo a gritos con insultos y tacos, nadie les va a decir lo que tienen que hacer, se acostumbrarán a comer porquerías a cualquier hora, el cuidado del entorno les va a importar un pimiento, puede que sean firmes candidatos a proezas tales como el coma etílico precoz, y, cómo no, no podrán vivir sin su marihuana o lo que venga detrás. Antes se decía que los eduquen y que les enseñen a comer en la escuela, pero ahora con las nuevas leyes de enseñanza... Lo dicho, que Dios nos pille confesados, que decían los antiguos.

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