miércoles, 20 de mayo de 2015

Castrati

Quiero hacer una metáfora recordando a los famosos cantores de siglos pasados, que, privados de sus genitales, se convertían en divos del canto. Estos otros castrati, a los que voy a hacer referencia, no son tan afortunados como los de la historia, aunque también están sufriendo una serie de amputaciones que, al no ser físicas, no parecen dolorosas, no van a sacar beneficio alguno para su futuro como aquellos. Todo lo contrario, su dolor será de esos que dura toda la vida si no se le van administrando las soluciones precisas y tiene la propiedad de impedir el desarrollo personal y la normalidad en el acceso a la vida social y laboral, y hasta puede que los deje tirados en la cuneta.

Poco a poco y casi sin darnos cuenta, estamos viendo que empiezan a abundar grupitos de adolescentes y jóvenes que son hijos de aquellos latinoamericanos que vimos llegar en la época de las vacas gordas. Son de las familias que han podido seguir asentadas aquí a pesar de la crisis. Han pasado por colegios e institutos como cualquier joven de aquí, pero entre ellos el fracaso escolar es un problema recurrente y preocupante. Se les ve vagabundear por calles y parques con sus viseras invertidas, vestidos como pinceles y con unos aparatitos de nivel considerable. Entran por la puerta grande a engrosar los batallones de los denominados ninis, aunque casi siempre prefieren mantenerse entre ellos. Si les escuchas hablar puede que no les distingas de los de aquí, cuando estábamos acostumbrados a las formas de los que vinieron creciditos. Algunos hasta se dan el lujo de llevar su perro.

A esta generación que, teóricamente, son bolivianos o ecuatorianos o... como sus padres, su país de origen comienza a importarles más bien poco o nada. Se han hecho a la vida de aquí que es la que conocen y tienen noticia de sus antepasados cuando les llevan a la otra parte del charco para visitar a sus familiares. Están acostumbrados a no dar un palo al agua y parece que todo lo consiguen de la familia, sobre todo los que dependen solo de la madre. No muestran interés en mejorar su formación o aprender algún oficio. El lunes estuve charlando con profesores de iniciación profesional de Barakaldo y estaban  desesperados ante la pasividad de este colectivo. En resumen son carne de cañón para futuras bandas, trapicheos o lindezas por el estilo o  se convertirán en asiduos clientes de los servicios públicos o eclesiales, cuando ya no cuenten  con sus mamás, porque a algunos les faltan arrestos hasta para delinquir.

O sea que les han capado el pasado y, de alguna manera, la identidad o pertenencia. Se sienten en tierra de nadie porque allí son de aquí y aquí son de allí, por lo que son de ninguna parte. Les están capando el presente y la personalidad porque, a fuerza de presionar a la familia, viven y tienen de todo sin esforzarse en nada. Ellos mismos se están capando el futuro porque no se preocupan por nada y se están cerrando puertas. Además de su problema personal, que será lo más grave, queda preguntarse qué vamos a hacer con esta tropa cuando, tarde o temprano, se vean mal. Puede que, en un momento dado, este conglomerado estalle a la manera de los extrarradios de París o de ciertas calles de las grandes urbes. También cabe esperar que nos quedemos con un lastre de vagos profesionales de cuidado. Me duelen estos chicos, auténticos castrati de la vida, pero me hierve la sangre contemplando tanto desperdicio y tan pocas posibilidades de solución.

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