viernes, 26 de junio de 2015

Periko, hasta siempre.

Ha fallecido Pedro Mª Solabarria Bilbao, Periko. He tenido la suerte de compartir su amistad, su alegría, su cariño, sus inquietudes y, en algún momento, sus luchas que también fueron la mías. A parte de nuestra excelente relación personal, no he compartido sus opciones políticas, lo que nunca ha sido un obstáculo entre nosotros, pues teníamos muy claro en qué coincidíamos. Lo más seguro es que pase a la historia de este pueblo precisamente por su participación en HB y en todas sus organizaciones colaterales. También es probable que para muchos no sea más que alguien que fomentó el terrorismo, sin más, cuando los que le conocemos sabemos de sobra que era incapaz de matar una mosca. No ha sido un político al uso, sino el auténtico antitipo de los que viven de la política, por eso espero que no pase a la historia solamente con la referencia de su pertenencia a unas siglas. Me gustaría resaltar, en esta dedicatoria en memoria suya, su gran humanidad y su profunda fe que le llevaron desde su dedicación total a la gente minera, hasta acabar con lo puesto protestando por los recortes, por los desahucios o por cualquier causa que le pareciera justa.
Toda la sensibilidad que tenía a la hora de atender a la gente necesitada, se convertía en una entereza y en una capacidad de lucha increíbles, cuando se trataba de plantar cara ante los de arriba. Nunca midió las consecuencias personales que podrían tener sus actos, ni se puso límites cuando estaba convencido de que era necesario hacer algo. Así le fue.

Comenzó de cura en Triano y cuando vio toda la miseria de la gente minera se hizo uno de ellos, dando todo lo que tenía -dormía en un jergón debajo de la mesa de la sacristía-, suscitando la solidaridad entre la misma gente y trabajando con ellos en la mina. Acabó volviendo loco al obispo, a las autoridades y a la empresa. Lo desterraron de allí y lo mandaron a Barakaldo, donde organizó grupos juveniles demasiado contestatarios para la época. Fue a parar a la famosa cárcel de Zamora donde el generalísimo encarceló a un tropel de curas vascos por no ser afectos al régimen, sino todo lo contrario. Vivía en un sótano y ahí me encontré con él, antes solo sabía de su existencia y le conocía de vista. Para
entonces trabajaba en la construcción y su guarida parecía un despacho de abogados clandestinos sacado de una novela negra: siempre encontrabas a obreros pidiendo ayuda por despidos, por impagos... Y el bueno de D. Pedro -que así le llamaban entonces- se presentaba en el juzgado de lo social haciendo de abogado defensor, porque se conocía las leyes laborales de pe a pa, o se plantaba delante del empresario de turno. Para sacar adelante cualquiera de esas causas era capaz de negociar hasta con el mismísimo diablo: una vez le acompañé al despacho de Ingunza, que había sido alcalde de Barakaldo y por aquel entonces era el director general del sindicato vertical en la Gran Vía. El buen señor no sabía dónde meterse, hasta que le concedió lo que pedíamos, creo yo, solo por perderle de vista. A partir de su famoso sótano aglutinó al rededor de su figura gente inquieta de todo tipo y generó una movilización sin precedentes en un sector que se consideraba irrelevante para las incipientes organizaciones obreras.

He podido mantener relación con él porque nos encontrábamos frecuentemente en Lutxana. La última oportunidad que tuve de estar con él fue hace algo más de un mes de visita en su casa y ya veíamos que su estado de salud no daba para mucho más. Sin embargo su energía vital, su alegría, la viveza de sus expresiones y la felicidad que irradiaba cuando nos enseñaba sus recuerdos seguían intactas. Pudimos disfrutar en un mismo espacio del D. Pedro y de Periko, una síntesis perfecta de su personalidad y de la coherencia de su trayectoria vital. Yo, cuando me llegue ese momento, me conformo con la mitad de lo que nos transmitió en aquellos momentos. Eso sí, murió, igual que vivió, con lo puesto. Agur eta ohore


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