viernes, 7 de julio de 2017

Días de monte 35

El Somo 1.137 metros, uno de los techos de Sierra Salvada. Resulta un monte maldito para este grupito de locos del monte, porque hemos tenido que hacer tres intentos para conseguir pisar su cima y a la tercera nos encontramos con una niebla que no nos dejaba ver a las vacas que estaban pastando a diez metros, mientras sí escuchábamos las esquilas. Tan maldito que ese día no pudo acompañarnos Juanjo. El fin de semana pasado hizo un sábado infernal, por lo que dejamos Orencio y yo la salida para el domingo. Habían anunciado que se iba a abrir el tiempo por lo que nos animamos y nos presentamos en Lendoño Goikoa. 

Dejamos el coche en Venta Fría que es una ganadería donde acaba el asfalto y comienza la pista que íbamos a seguir. Orencio venía provisto de su garmín maravilloso y en la página consultada avisaban que ese sendero solía ser un barrizal. Y vaya que si lo era. Tras un primer tramo de pista ancha y con curvas de nivel algo exigente con el que se coge altura rápidamente, desembocamos en un tramo pedregoso que era un auténtico arroyo. Así que ahí nos ves saltando de piedra en piedra en una cuesta empinada. Eso sí salía agua por todas partes y las fuentes señaladas rebosaban. De repente la pista se convirtió en un sendero escabroso, medio perdido entre hierbas altas, helechos y matorrales que no permitían ver dónde pisábamos, o sea, barro hasta la espinilla. A modo de consuelo diré que alegraba la ascensión la gran cantidad de cardos morados que  jalonaban la senda. A pesar de que ese tramo era un falso llano hasta llegar al pie del portillo de Merendiga, creo que nos cansamos más en él que en los tramos de desnivel fuerte.

Veíamos que iban y venían retazos de niebla por lo alto de los farallones y no le dimos importancia, pero nada más pasar el portillo nos encontramos con la niebla, más que cerrada diría yo tupida. Otros se hubieran vuelto para atrás, pero esa no entra dentro de  nuestras costumbres. Así que siguiendo las indicaciones de un track, un tanto errático, que tenía Orencio, dimos vueltas a ciegas hasta encontrar una placa que marcaba el límite con Burgos y un poco más tarde el garmín señaló la cumbre. Así que buscamos un lugar algo protegido de la brisa para comer el bocata y para abajo. En ese ambiente no pudimos hacer apenas fotos, así que esta vez el álbum será un tanto escaso en imágenes. 

Al final resultó ser una excursión que, sin grandes dificultades aparentes, fue muy exigente. Me hizo recordar aquello de S. Juan de la Cruz en la ascensión al monte Carmelo. Primero se puede partir de un camino ancho y cómodo pero es el de la imperfección y hay que tener cuidado por no tomar el errático. Solamente lleva a la perfección el camino estrecho que exige esfuerzo y disciplina. Hasta que llega un momento en que ya no hay camino ni señales para llegar a la cumbre final: al justo ya no le hacen falta. Sin embargo esta vez en lugar del éxtasis y la contemplación del panorama, nos tuvimos que conformar con habernos sacado la espinita de haber hecho cumbre por nuestros... atributos.

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